domingo, 17 de abril de 2011

Domingo de Ramos

Acabo de colgar de los balcones de nuestra casa las palmas. La mía y la de mi esposa. Desde el miércoles de ceniza en que quemamos las del año pasado los balcones han estado "desnudos" esperando la llegada del domingo de Ramos para volver a vestirse con las palmas.
Hace ya doce años que nos entregaron la palma por primera vez y, todavía hoy, me sigo emocionando cuando la recibo con un beso después de escuchar: "Antonio, recibe la palma de la victoria, que ella te lleve hasta la vida eterna".
"la palma de la victoria" La victoria es de Él y sólo suya. Él ha sido el que ha vencido y vence cada día en el difícil combate de la fe. Esto es lo que me emociona: saberme hijo amado por Él, descubrir cada día mi pequeñez, mi imposibilidad y cómo Él acontece triunfando sobre el pecado y la muerte.
La palma es también un signo visible, en primer lugar para mí, un signo que me recuerda a lo que estoy llamado: a dar testimonio de la Verdad en todo tiempo y lugar, no sólo de palabra, sino -sobre todo- con mi vida. A testimoniar que Dios es Amor, que ha enviado a su Hijo para dar la vida en rescate por todos, y que Dios lo ha resucitado y desde el Cielo intercede por todos nosotros preparándonos un lugar. Que está vivo. Que se ha quedado entre nosotros a través de los sacramentos. Que quiere hacerse uno conmigo para que yo me haga uno con los demás.
También es un signo para esta generación. Ojalá se poblaran nuestros balcones de palmas y ramos de olivo que manifiesten al mundo la victoria de Cristo y la presencia de cristianos dispuestos a dar la vida por Él.
Quizás sólo sea un signo, pero hoy he sentido alguna lágrima resbalando por mi mejilla cuando estrechaba mi palma entre las manos. He recordado a tantos cristianos perseguidos en estos días, a algunos mártires que siguen dando la vida por Cristo, a los seminaristas, sacerdotes, religiosos y religiosas que dejan todo y entregan su vida por Él. También me he acordado de tantas veces como he visto en este último año la victoria del Señor en mi vida, en mi familia, en mi parroquia, en mis hermanos en la fe...
También he recordado a algunos hermanos que hoy no han podido recoger su palma en la parroquia, pero que desde el cielo cantaban con todos nosotros: HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA. SANTO, SANTO, SANTO. Y me he sentido Iglesia, Iglesia viva y exultante batiendo ramos y palmas porque llega "el Rey de la Gloria".
Y he deseado que se cumpla lo que me decía el sacerdote: "que ella te lleve hasta la vida eterna". Por tanto repito ahora: AMEN.

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