sábado, 21 de julio de 2012

Venid aparte para descansar un poco.


XVI Domingo del tiempo ordinario, Ciclo B
Jeremías 23, 1-6
Efesios 2, 13-18
Marcos 6, 30-34

En el pasaje del Evangelio Jesús invita a sus discípulos a separarse de la multitud, de su trabajo, y retirarse con Él a un «lugar solitario». Les enseña a hacer lo que Él hacía: equilibrar acción y contemplación, pasar del contacto con la gente al diálogo secreto y regenerador con uno mismo y con Dios.

El tema es de gran importancia y actualidad. El ritmo de vida ha adquirido una velocidad que supera nuestra capacidad de adaptación. La escena de Charlot enfrascado en la cadena de montaje en "Tiempos modernos" es la imagen exacta de esta situación. Se pierde, de esta forma, la capacidad de separación crítica que permite ejercer un dominio sobre el fluir, a menudo caótico y desordenado, de las circunstancias y de las experiencias diarias.

Jesús, en el Evangelio, jamás da la impresión de estar agitado por la prisa. A veces hasta pierde el tiempo: todos le buscan y Él no se deja encontrar, absorto como está en oración. A veces, como en nuestro pasaje evangélico, incluso invita a sus discípulos a perder tiempo con Él: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco». Recomienda a menudo no afanarse. También nuestro físico, cuánto beneficio recibe de tales «respiros».

Entre estas «pausas» están precisamente las vacaciones de verano que estamos viviendo. Son para la mayoría de las personas la única ocasión para descansar un poco, para dialogar de manera distendida con el propio cónyuge, jugar con los hijos, leer algún buen libro o contemplar en silencio la naturaleza; en resumen, para relajarse. Hacer de las vacaciones un tiempo más frenético que el resto del año significa arruinarlas.

Al mandamiento: «Acordaos de santificar las fiestas», habría que añadir: «Acordaos de santificar las vacaciones». «Deteneos (literalmente: vacate, ¡tomaos vacaciones!), sabed que yo soy Dios», dice Dios en un salmo (Sal 46). Un sencillo medio de hacerlo podría ser entrar en la iglesia o en una capilla de montaña, en una hora en que esté desierta, y pasar allí un poco de tiempo «aparte», solos con nosotros mismos, ante Dios.

Esta exigencia de tiempos de soledad y de escucha se plantea de forma especial a los que anuncian el Evangelio y a los animadores de la comunidad cristiana, quienes deben permanecer constantemente en contacto con la fuente de la Palabra que deben transmitir a sus hermanos. Los laicos deberían alegrarse, no sentirse descuidados, cada vez que el propio sacerdote se ausenta para un tiempo de recarga intelectual y espiritual.

Hay que decir que la vacación de Jesús con los apóstoles fue de breve duración, porque la gente, viéndole partir, le precedió a pie al lugar del desembarco. Pero Jesús no se irrita con la gente que no le da tregua, sino que «se conmueve», viéndoles abandonados a sí mismos, «como ovejas sin pastor», y se pone a «enseñarles muchas cosas».

Esto nos muestra que hay que estar dispuestos a interrumpir hasta el merecido descanso frente a una situación de grave necesidad del prójimo. No se puede, por ejemplo, abandonar a su suerte, o aparcar en un hospital, a un anciano que se tiene al propio cargo, para disfrutar sin molestias de las vacaciones. No podemos olvidar a las muchas personas cuya soledad no han elegido, sino que la sufren, y no por alguna semana o mes, sino por años, tal vez durante toda la vida. También aquí cabe una pequeña sugerencia práctica: mirar alrededor y ver si hay alguien a quien ayudar a sentirse menos solo en la vida, con una visita, una llamada, una invitación a verle un día en el lugar de vacaciones: aquello que el corazón y las circunstancias sugieran.

P. Raniero Cantalamessa.

lunes, 16 de julio de 2012

El libro de Lore


Domingo soleado, aunque no excesivamente caluroso, en La Aguilera. Hemos llegado tarde al locutorio de las Hermanas Iesu Communio porque la comida se ha alargado algo más de lo previsto. Ya está casi lleno, aunque siempre queda sitio para algún peregrino más, basta que nos apretemos un "poquitín".
Hoy es la profesión solemne de una de las hermanas. Cuando entramos está comenzando a contarnos su experiencia. No nos hablaba de muchas cosas, sólo de las necesarias. Tampoco se andaba por las ramas, iba al grano, a la esencia, sin entrar en detalles particulares ni anécdotas concretas, hablando de su vida, de una vida transformada por el encuentro con el Amado.
Habló de atrevimiento, de osadía, incluso de lo pretencioso que es sentirse esposa de su Creador. La criaturilla ser esposa de su Hacedor. Estaba radiante, inmensamente feliz.
Nos habló de un libro, mejor dicho de un proyecto de libro que ella no se atrevió ni siquiera a empezar. "El libro de Lore". Iba a ser un libro-diario donde narrase su total entrega a Dios. Parecía un desafío interesantísimo y apasionante.



Aquel libro todavía no tiene ninguna letra impresa, sigue esperando porque el Amado le está descubriendo que no quiere nada de ella, sino que la quiere a ella.
Sin embargo otro libro se va llenando de párrafos, los párrafos de la donación gratuita de Dios, escritos con su sangre derramada por amor, pero con el resplandor de la luz de un Dios Vivo, palpable, que es un hombre porque está resucitado y ayer se desposó con ella.
Felicidades Lorena. Gracias por compartir con nosotros tanta felicidad, gracias por testimoniar con tu vida que Él está resucitado.

miércoles, 11 de julio de 2012

La medalla de San Benito

La medalla de San Benito es un signo muy difundido entre los fieles católicos. Presenta de un lado la Cruz de Cristo, y del otro la imagen de San Benito Abad. Sobre la cruz y a su alrededor se leen las iniciales de una oración de exorcismo. La medalla de San Benito recuerda a los fieles que la llevan consigo la presencia constante de Dios y su protección. El significado de las iniciales es el siguiente (texto latino y traducción):
Crux Sancti Patris Benedicti                                         Cruz del Santo Padre Benito.
Crux Sancta Sit Mihi Lux                                             La Santa Cruz sea mi Luz
Non Draco Sit Mihi Dux                                              No sea el demonio mi guía.
Vade Retro Satana                                                      ¡Apártate, Satanás!
Nunquam Suade Mihi Vana                                         no sugieras cosas vanas,
Sunt Mala Quae Libas                                                 maldad es lo que brindas,
Ipse Venena Bibas                                                      bebe tú mismo el veneno.
· En la Vida de San Benito escrita por el papa Gregorio Magno cuarenta años después de la muerte del santo, el abad Benito manifiesta una especial devoción hacia la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, signo de salvación. En uno de los milagros narrados por su biógrafo, un vaso que contenía veneno se quiebra cuando San Benito hace la señal de la cruz sobre él. En otra oportunidad, uno de sus discípulos se siente perturbado por el maligno, y el santo le manda hacer la señal de la cruz sobre su corazón para verse librado. En su "Regla de los monjes", San Benito indica que cuando un monje iletrado presenta su carta de profesión monástica ante el altar, debe usar como firma una cruz. Estos y otros muchos indicios invitaban a los discípulos del abad San Benito a considerar la Cruz como una señal bienhechora que simboliza la pasión salvadora de Cristo, por la cual fue vencido el poder del mal y de la muerte.

• Las investigaciones históricas sobre el origen de la Cruz-Medalla de San Benito han mostrado que su difusión comenzó probablemente en la región de Baviera (sur de Alemania) hacia el año 1647. En esa época, durante un proceso judicial, unas mujeres consideradas hechiceras declararon que no habían podido dañar a la cercana Abadía de Metten, porque estaba protegida por el signo de la Cruz. En dicho monasterio se hallaron pinturas con representaciones de la Cruz junto a las iniciales que acompañan hoy a la Medalla. Pero esas letras no pudieron ser interpretadas hasta que, en un manuscrito de la biblioteca del monasterio, se encontró la imagen de San Benito junto a la oración compuesta por las iniciales. En realidad, un manuscrito más antiguo procedente de Austria (siglo XIV), que aún se conserva, parece haber sido el origen de la imagen y de la oración. A pesar de que en el siglo XVII algunos la tuvieron por supersticiosa, debido justamente a las enigmáticas iniciales que acompañaban a la imagen, en el año 1742 el Papa Benedicto XIV aprobó el uso de la Cruz-Medalla de San Benito para todos los fieles.

• En el siglo XIX se dió un renovado fervor por la Medalla de San Benito. En los trabajos escritos de Dom Prosper Guéranger, abad de Solesmes, y de Dom Zelli Iacobuzzi, monje de San Pablo Extramuros, se estudia detenidamente el origen y la historia de la medalla. Desde este último monasterio, ubicado en Roma, foco de irradiación benedictina, se difundió también la devoción a la Medalla. La representación más popular de la misma es la llamada "medalla del jubileo", diseñada en la Abadía de Beuron, y acuñada especialmente para el Jubileo benedictino del año 1880, conmemoración de los 1400 años del nacimiento de San Benito Abad. Los abades benedictinos de todo el mundo se reunieron para aquella ocasión en la Abadía de Montecassino, y desde allí la Medalla de San Benito se diseminó por todo el mundo.