jueves, 31 de enero de 2013

La vida consagrada en el Año de la Fe.

Signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo (Benedicto XVI. Porta Fidei, 15).


El día 2 de febrero es la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén (cf. Lc 2, 22-40), conmemoración litúrgica popularmente llamada la candelaria.  
Desde el año 1997, por iniciativa del beato Juan Pablo II, se celebra ese día la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, y los consagrados, con su modo carismático de vivir el seguimiento de Jesucristo, son puestos en el candelero de la Iglesia para que, brillando en ellos la luz del Evangelio, alumbren a todos los hombres y estos den gloria al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16). 
En el presente Año de la fe convocado por el papa Benedicto XVI, la vida consagrada, en sus múltiples formas, aparece ante nuestros ojos como un signo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo, expresión tomada de la carta apostólica Porta fidei (n. 15) y lema de dicha Jornada. 
¿Qué significa que los consagrados son un signo para el mundo de la presencia de Cristo resucitado en medio de nosotros? El apóstol san Pablo puede darnos lo clave interpretativa de dicha afirmación al confesar: "Mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí". (Gál 2, 20). Los consagrados viven esta fe existencial, una fe que nace del encuentro con Dios en Jesucristo, de su amor, de la confianza en su persona, hasta involucrar la vida entera. "La fe no es un mero asentimiento intelectual del hombre frente a las verdades en particular sobre Dios; es un acto por el cual me confío libremente a un Dios que es Padre y  me ama; es la adhesión a un que me da esperanza y confianza. [...]Dios se ha revelado a nosotros en Cristo, ha revelado que su amor por cada uno de nosotros es sin medida: en la cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, nos muestra del modo más luminoso a qué grado llega este amor, hasta darse a sí mismo, hasta el sacrificio total. Con el misterio de la muerte y Resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para elevarla. La fe es creer en este amor de Dios [...], un amor indestructible que no solo aspira a la eternidad, sino que la da" 
Los religiosos y religiosas, las vírgenes consagradas, los miembros de los institutos seculares y las sociedades de vida apostólica, los monjes y monjas de vida contemplativa, y todos cuantos han sido llamados a una nueva forma de consagración, hacen del misterio pascual la razón misma de su ser y su quehacer en la Iglesia y para el mundo. 
Ellos y ellas, con su vida y misión, son en esta sociedad tantas veces desierta de amor, signo vivo de la ternura de Dios. Nacidos de la Pascua, ellos y ellas, por el Espíritu de Cristo resucitado, pueden entregarse sin reservas a los hermanos y a todos los hombres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, por el ejercicio de la caridad, en las escuelas y hospitales, en los geriátricos y en las cárceles, en las parroquias y en los claustros, en las ciudades y en los pueblos, en las universidades y en los asilos, en los lugares de frontera y en lo más oculto de las celdas. 
El papa Benedicto XVI, al convocar el Año de la fe, ha querido que "la Iglesia renueve el entusiasmo de creer en Jesucristo, único Salvador del mundo; reavive la alegría de caminar por el camino que nos ha indicado; y testimonie de modo concreto la fuerza transformadora de la fe [...] a través del anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos y las obras de caridad". Y asimismo lo quiere para todos nuestros hermanos y hermanas de la vida consagrada. Tenemos ante nosotros, pues, un magnífico programa para este Año de la fe: renovar con entusiasmo la consagración, reavivar con alegría la comunión, testimoniar a Cristo resucitado en la misión evangelizadora.  
+ Vicente Jiménez Zamora 
Obispo de Santander  
Presidente de la CEVC 

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